Víctor Barrera
Sobre el autor
Carmona, 1933. Sevilla. La curiosidad intelectual de este hispalense le llevó a titularse en materias muy variadas: en Derecho (Universidad de Sevilla y Los Andes, en Venezuela); en Psicología del niño y la pareja (Instituto de Ciencias del Hombre de Madrid); en Estética y Teoría de las Artes (Universidad Autónoma de Madrid); en Cinematografía (Universidad Andrés Bello de Caracas, en Venezuela), entre otras formaciones. Su vitalismo le hizo aventurarse en campos muy diversos, de modo que a lo largo de su vida ha llegado a ejercer como periodista, publicista, locutor, animador de televisión, abogado, galerista, actor, guionista e incluso director de cine. Su última aventura ha sido la de la escritura, un ejercicio que no solo ha dado vida a El mono infeliz, sino a otros tantos ensayos como El cine en Venezuela (Editorial Arte Hispano Americano, 1967), ¿Qué es una obra de arte hoy? (Promociones Al-Andalus, 2000) o El crimen de los Galindos (Promociones Al-Andalus, 2016), entre otros.
El mono infeliz
El ser humano es —que sepamos hasta ahora— el único animal que tiene información, muy subjetiva, por cierto, de su propia información. Es más, es el único animal trascendente, en el sentido de que sabe que tiene que morir. Y algo más, sabe o puede —con las limitaciones genético-ambientales— discernir, y, por lo tanto, decidir entre esto o aquello, a la hora de actuar. Y, por consiguiente, alegrarse o lamentarse. En suma, es el único animal que tiene conciencia («sentido subjetivo de percepción y conocimiento de uno mismo», Fischbach). Todos los demás seres vivos, incluidos nuestros «parientes» los primates, deciden y actúan instintivamente, compulsivamente. Su obrar es impuesto por la información de su especie, por su instinto; obran con el cerebro, pero éste aún no tiene configurado «eso» que llamamos «mente». Por ello no tienen satisfacciones o disgustos a niveles mentales; no son felices ni infelices. Ni ambiciosos ni envidiosos. No creo que haya ningún perro que se abstenga de ladrar porque crea que lo hace mal. En fin, no conocen los «pecados». El único mono infeliz es el hombre.