El ser humano es —que sepamos hasta ahora— el único animal que tiene información, muy subjetiva, por cierto, de su propia información. Es más, es el único animal trascendente, en el sentido de que sabe que tiene que morir. Y algo más, sabe o puede —con las limitaciones genético-ambientales— discernir, y, por lo tanto, decidir entre esto o aquello, a la hora de actuar. Y, por consiguiente, alegrarse o lamentarse. En suma, es el único animal que tiene conciencia («sentido subjetivo de percepción y conocimiento de uno mismo», Fischbach). Todos los demás seres vivos, incluidos nuestros «parientes» los primates, deciden y actúan instintivamente, compulsivamente. Su obrar es impuesto por la información de su especie, por su instinto; obran con el cerebro, pero éste aún no tiene configurado «eso» que llamamos «mente». Por ello no tienen satisfacciones o disgustos a niveles mentales; no son felices ni infelices. Ni ambiciosos ni envidiosos. No creo que haya ningún perro que se abstenga de ladrar porque crea que lo hace mal. En fin, no conocen los «pecados». El único mono infeliz es el hombre.
Número de páginas | 228 |
ISBN | 9788412652383 |
Tamaño | 152x228 cm |