Juan-Carlos Arias
Sobre el autor
Juan-Carlos Arias (Sevilla, 1960) es detective privado (licencia 249) y criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid. En 1983 fundó ADAS Detectives (www.adaspain.com) que dirige desde entonces, tras exiliarse en Caracas por ser insumiso a la mili. Viajero irredento, orgulloso de sus casi ciento cincuenta donaciones de sangre y barman amateur, fue becario del IJAB en Bonn (Alemania), de la AFS-UE en Utrecht (Holanda) y de The Rotary Foundation en Boston (USA) y Rosario (Argentina). Divulgador de su oficio para alejarlo de tópicos, ha compartido ponencias y monografías dentro y fuera de España. Es autor de Conexión Detective (1990), Sevilla Confidencial (1993), Confidencias de un detective privado (2004) y Detectives.RIP (2015), donde pulula su alter ego, el detective Reyes. También fue profesor en universidades de Sevilla, Pablo de Olavide, Salamanca (CICNN), Valencia y País Vasco. Actualmente colabora en elcorreoweb.es, diario16.com y eldiario.es. El falsificador de Franco no es solo el quinto libro del autor, es un caso abierto vital.
El falsificador de Franco
En un oscuro rincón del mundo del arte, oculto tras la majestuosidad de las pinturas más famosas, se tejió una trama épica que desafiaría los límites de la creatividad y la astucia humana. En 1960, una denuncia por una estafa aparentemente insignificante desencadenó una revelación que dejaría al descubierto un entramado de plagios perfectos de los maestros consagrados: Velázquez, Zurbarán, El Greco, Mengs, Picasso, Ribera y muchos más. Todo comenzó con un falso bodegón de Velázquez que una condesa afirmaba haber comprado y que resultó ser una completa farsa. Tras la denuncia, la verdad salió a la luz: este cuadro en cuestión estaba ubicado en el Palacio del Pardo y fue "recomprado" por Carmen Polo, la esposa de Franco, como si fuera una ganga. Sin embargo, un valiente y experto policía en arte, quien también resulta ser el padre del autor de esta historia, desentrañó meticulosamente esta sofisticada red de engaños que se hacía llamar "Escuela sevillana" del siglo XX. Detrás de este plan maquiavélico se encontraban dos pícaros gays: Eduardo Olaya, un genio de la copia de pinturas, y Andrés Moro, un anticuario avaro. En Madrid, Virginia Guitián se convertía en el anzuelo perfecto para atraer a los compradores incautos. Mientras tanto, J.A. LLardent, A. Egea, Stanley Moss y Herbert Maier fingían como marchantes y exportadores de esta red delictiva. Desde la galería neoyorquina de Moss, museos y coleccionistas de todo el mundo pagaban cantidades exorbitantes por estos engaños sin fronteras, convirtiendo el fraude en una lucrativa empresa. Pero la historia no termina ahí. Después de que el Generalísimo vendiera el falso bodegón al Prado, Stanley Moss se aseguró de beneficiarse del Legado Villaescusa en 1993.