Abel Rabanal González nació en 1.955 en Candanedo de Fenar (León). Es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Ha ejercido su tarea profesional en el Cuerpo Nacional de Policía, donde ha dirigido una revista policial especializada. Ha sido galardonado con el premio “Ciudad de Albacete” de narrativa breve por un relato sobre las penalidades de una mujer inmigrante en España. Superada la etapa profesional, ha iniciado una labor literaria con varios libros: el primero, Dame un abrazo fuerte, trata de la preocupación paterna por un hijo con un síndrome que dificulta su relación social y desarrollo humano. Su segunda obra, El puente de la felicidad, relata el descubrimiento liberador de un hombre, quien, tras una vida azarosa, advierte que la felicidad no se logra con aventuras excitantes ni cruzando puentes fantásticos, pues está cada día al alcance de la mano. Su tercera novela es ésta que tiene entre sus manos. El último libro escrito, El tesoro de Estambul, relata el desdichado romance en el siglo XV de dos jóvenes con distintas procedencias (ella, una judía expulsada de España; él, un croata reclutado como jenízaro por los otomanos). Asimismo, es autor de dos cuentos infantiles.

Álvar, desilusionado por la edad y por llevar una vida tediosa, se ve inmerso en una sugerente aventura por el solo hecho de su asombroso parecido físico con un ingenioso inventor, quien ha encontrado un maravilloso descubrimiento que permite prolongar indefinidamente la juventud física y la edad mental de los humanos. En la lucha por conseguir un producto tan valioso, las mafias, las marcas comerciales y los Gobiernos interesados tratan de conseguir la fórmula de un preparado que, en realidad, únicamente Álvar conoce. El código del brebaje que mantiene en secreto por los riesgos que su uso conlleva, lo arrastra a enfrentarse a lances en los que peligra su propia existencia y la de una mujer joven y atractiva que de forma misteriosa aparece. Los acontecimientos se complican en el momento que el protagonista se da cuenta del carácter mafioso de la asociación para la que trabaja —que él consideraba una entidad filantrópica—.

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